Escoming también andaba por allí, pero no entendía muy bien a qué obedecía todo ese circo. En un determinado momento le preguntó a Dániel: “¿esto es una especie de encuesta?”.
Cuando finalmente aparecieron los resultados de Lega, Dániel miró de forma cómplice a Despuntado, que asentía. “Tienes que ir aprendiendo, Despuntado. Dentro de cuatro años habrá que utilizar toda esta experiencia para que pueda perpetuarme a través tuyo”.
Muy cerca de allí, Duplo y sus seguidores, veían como todos sus esfuerzos se les iban yendo de las manos. Mucho más lejos, en Colmenalejos, Poissons seguía el recuento desde su Palacio, rodeado de parte de sus apóstoles. Tenía preparada una caja de Cohartas que guardaba para una ocasión como esta y varias botellas de Zarzhú, un agua de fuego hecha de malta que era la bebida favorita de uno de sus apóstoles más cercanos, el siniestro Müller, y al ver que la situación era irreversible para sus intereses, decidió que de todas formas se fumaría un Cohartas. “Este Lucien la ha vuelto a cagar”, pensó, cuando todos a su alrededor pensaban que el que la había pifiado era él, en su desmedido afán de controlarlo todo.
Cuando solo quedaba por contar los apoyos de los estudiantes de Geta, ya se veía que pese a que el resultado iba a ser muy ajustado, la balanza caería del lado del Rey. Pero el recuento era lento y eso permitió que todos los ministros, viceministros, secuaces, aduladores y otros especímenes de distinto pelaje, empezaran a desfilar por allí, en mitad de un murmullo de entusiasmo. Por allí cayeron Farfolla y Dogo. Incluso algunos artistas renegados, como Dádiva de la Misericordia que en su día fue una gran protegida de Poissons, pero que ahora se sentía más beneficiada por Dániel. Cuando la cosa era más que segura, también aparecieron Goldado con Amanuense, junto con otros Hombres Puros PD’s.
Cuando ya prácticamente se daba por hecha la victoria, Dániel se retiró con cierta discreción al Salón del Trono. Allí se sentó, cerró los ojos y empezó a pronunciar “excelencia, excelencia, excelencia”. Estaba ensimismado repitiendo su mantra, hasta que un fuerte rumor empezó a a tronar a través de las ventanas. Entró de repente Despuntado que abrió las ventanas mientras le decía: “Dániel, quieren verte, que saludes”. El ruido era ensordecedor. Y levantándose lentamente, con parsimonia, disfrutando del momento, se acercó a la ventana. Debajo, a lo largo de la explanada de las Promociones había cien filas de guardianes de la excelencia, perfectamente formados y alineados de cincuenta en fondo y gritando al unísono: “Gi-si-er, gi-si-er, gi-si-er”.
"Con que Daniel el Breve... je, je, je. Ahora se van a enterar", pensó.
(CONTINUARÁ)
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