viernes, 9 de marzo de 2012

Capítulo 55. Las reflexiones de Karlos Klunny -KK- (por Conan, el Barbaro, en colaboración especial para Carloszree)


Se sentó en el sillón de orejas con la mirada hacia arriba, en posición de meditar. Las manos, apoyadas en los laterales, las juntó delante del pecho haciendo tamborilear entre sí todos los dedos, pausadamente. En el aypo con salida a altavoces sonaba la Walkiria, de Wagner. Posiblemente sus genes alemanes le predisponían tanto a este autor. De vez en cuando cerraba los ojos para recrearse en algún pasaje.  En este despacho, situado en el centro del poder, a menos de dos minutos del salón del Reino, por las tardes podía gozar de solaz y sosiego, ya que los habitantes de Geta no solían quedarse por allí a la puesta del sol. De hecho la mayoría solía plegar a la hora de la siesta. La felicidad la completaba una copa de Armañac que de vez en cuando sobaba con su mano derecha. Pese a ser bárbaro, en contra de la habitual costumbre de los ministros bárbaros de mantener sus centros de operaciones en Lega, él había decidido establecerse allí, bien cerca del epicentro del poder. Allí estaba mucho más cerca del Fürher, perdón, del Líder (¡ay! esos genes alemanes a veces le jugaban alguna pasada con el lenguaje). Y esa proximidad al Líder, le proporcionaba muchas más oportunidades de ejercer su influencia y de medrar en el Reino. Desde Lega, donde el rey no solía poner sus pies, no era sencillo dejarse ver por el Rey y estar de forma permanente ofrecido a su servicio. Y desde que consiguió el ministerio del que dependía el control de la información, él como digno representante del clan de los Teleteclos, puso todo su afán en servir al rey extendiendo la red de búsqueda hasta los lugares más íntimos de los almacenes de datos del último ciudadano de Carloszree. 

Él era un tipo tranquilo, nada dado a las grandes demostraciones efectistas, pero eficiente y porfiado en su determinación de servir al Líder y que este supiera apreciarlo. Por eso era conveniente esa ubicación tan cerca de Dániel. En las reuniones del Consejo de Ministros y del Consejo del Reino, solía adoptar una posición discreta, normalmente en silencio. Pero anotándolo todo tanto en su cabeza como en su ábaco portátil. La información es poder y es mejor escuchar y almacenar que no hablar para compartir lo que otros no deben saber. Si hubiera algo importante ya se lo diría a Dániel en privado.

Hasta ahora había cumplido con todas las misiones que le había encomendado el Rey a la perfección siendo implacable en su acción de gobierno. Casi de forma servil, podría decirse. Y nunca había discrepado con el Rey (ya había visto como cuando eso ocurría el Rey era implacable y no podían predecirse las consecuencias, normalmente nada buenas para el discrepante). Incluso cuando el peculio para su clan teleteclo se vio drásticamente reducido, se mantuvo en un discreto silencio. Solo había una cosa que le producía un cierto resquemor interno y que no le permitía disfrutar del momento con plenitud: pese a que había puesto a todos sus esbirros a la caza del maldito relator de esas infames historias, aun no había conseguido resultados. Y sabía que el Rey estaba impacientándose y eso no podía ser bueno para él. Mientras la Cabalgata de las Valkirias llenaba todo el espacio y volvía a calentar con la palma de su mano la copa de Armañac, se veía a si mismo en lo alto de la columna. Pero antes el mochuelo tenía que caer en la red.

(CONTINUARÁ)