miércoles, 2 de marzo de 2011

Capítulo 11. Del gobierno autoritario de Dániel.

Y así, de esta manera pasaban los días, las semanas y los meses en Carloszree. Dániel tomaba decisiones que él pensaba eran las mejores para su reino, pero lo cierto es que sus decisiones siempre tenían un sesgo cultural que hacía que, aunque hubiera un pequeño colectivo agradecido, siempre eran muchos más los damnificados, y por tanto el descontento entre el Pueblo era cada vez mayor.
Dániel, crecido por lo que él consideraba grandes éxitos institucionales, esos que iban a hacerle pasar a la Historia, con mayúsculas de Carloszree, creía que podía seguir gobernando con mano férrea en la imposición de la Cúltura única de los Hombres Puros.  En esta línea de intentar controlarlo todo desde la cúpula del Reino, se le presentó otra oportunidad para demostrar su poder. Hubo por aquel entonces una justa electoral para decidir el nombramiento de Sumo Sacerdote del Consejo Getafiense (que agrupaba, nada menos, que a Hombres Puros y Jurisconsultos). Dániel vio la oportunidad de colocar de Sumo Sacerdote a un hombre de su confianza, por supuesto que comulgara con los rectos preceptos de la excelencia. Y así de paso volvía a doblegar los aspiraciones, bueno, más bien ambiciones de los Jurisconsultos que osaban presentar un candidato de su propio perfil. Desde luego “¡vaya osadía!” pensó Dániel. Pero para aquel entonces, el Pueblo ya tenía demasiadas cuentas pendientes con Dániel, y después de organizarse, sacó adelante el nombramiento del Jurisconsulto. Dániel no podía, de nuevo, creerlo: “Banda de impresentables y desagradecidos”, le comentó a  Despuntado y Walthari al salir del salón de juntas después de la flagrante derrota.
En otra ocasión el Senado del Reino debía decidir a quién otorgaba el nombramiento de Defensor del Reino. Aquí vio Dániel otra oportunidad de dominar y doblegar las voluntades de todos los que no entendían su Plan Divino. Y pensó que lo mejor era guardar sus cartas hasta el último momento, para dar un golpe por sorpresa. En un alarde de democracia invitó a sus súbditos a presentar candidatos.  La estrategia era provocar el desgaste entre dos posibles adversarios para que luego llegara él, el siempre Salvador, con su propio candidato, para resolver la disputa. Al final tendría un candidato de confianza y encima aparecería como bienhechor de la plebe. Pero de nuevo, Dániel subestimó el poder del pueblo oprimido, y este se organizó e impidió el nombramiento del felón propuesto por el Rey. Como el nombramiento debía hacerse por una mayoría cualificada, el Reino quedó, de forma indefinida, sin Defensor del Reino, y otra vez por culpa de la desmedida soberbia y ambición del Rey, que nunca debió inmiscuirse en este asunto. Cada vez más Dániel estaba más cerca de convertirse en Dániel el Breve.
Y felonía tras felonía, perfidia  tras perfidia, Dániel cada vez más gobernaba para unos pocos que cada vez eran menos, y casi sin darse cuenta, pasaron los cuatro años en los que había sido nombrado rey tras batalla en la anterior Justa electoral. Y entonces, para terror de Dániel,  aparecieron otra vez en escena Lucien Duplo y Justo Marceliano.

(CONTINUARÁ)

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