miércoles, 21 de septiembre de 2011

Capítulo 43: El descanso del guerrero.

El Rey se merecía un descanso veraniego acorde con su categoría. Y qué mejor lugar que el lago Eyasi, al norte de Tanzania. Allí, en lo alto de un promontorio montó Dániel su lujosa jaima (a la que incluso se había traido el artículo original “An index to quantify an individual's scientific research output” enmarcado y dedicado por el mismo Hirchs) orientada al este para poder contemplar el amanecer desde su trono de campaña. Desde allí podía ver con límpida nitidez el horizonte y desde muy temprano observar la competencia entre las especies para sobrevivir en la sabana. Desde muy temprano todos los animales que desde allí podía contemplar tenían que esforzarse por sobrevivir, a riesgo de su propia vida. “Y aquí estoy yo, en la cima de la cadena evolutiva disfrutando del espectáculo y sin ningún riesgo”, reflexionaba Dániel. Las largas horas de contemplación y meditación llevaron a Dániel a la conclusión de que Carloszree se parecía mucho a aquel ecosistema. En lo más alto los Hombres Puros, que gracias a su inteligencia se habían encaramado a la parte superior de la pirámide. Ellos eran los depositarios de la herencia genética universal que a lo largo de los siglos había destilado la excelencia y la había depositado en sus genes. Y allí abajo, peleando por la supervivencia, las fieras salvajes. Los Bárbaros, que bien podían ser los leones de Carloszree, arrogantes pero tontos y fáciles de engañar, los Jurisconsultos, resbaladizos como una serpiente, y de los que siempre había que desconfiar y los Artistas, ñus y gacelas, alimento de unos y otros y prescindibles si no fuera por el hecho de que servían de sustento a las especies superiores. Desgraciadamente ya había llegado a la desoladora conclusión de que en Carloszree solo se alcanzaría la plena excelencia si solo hubiera allí prohombres puros, pero igual que en la sabana eran precisas las especies inferiores (Bárbaros, Juriosconsultos y Artistas) para poder mantener el ecosistema, por lo que no le quedaba más remedio que permitir la supervivencia de dichas especies, aunque de la forma más controlada posible.
Cuando horas después de que el sol hubiera salido sus esbirros Despuntado y Walthari se levantaban y acercaban a rendirle pleitesía, Dániel aprovechaba para transmitirles doctrina, fruto de sus reflexiones vespertinas. “Despuntado, a nuestro regreso a Carloszree, debemos modificar el sistema de incentivos y ajustarlo aún más a la práctica de los hombres puros. En la anterior edición muchos Bárbaros salían en posiciones altas y no podemos volver a cometer semejante error”. “Pero sire”, replicó Despuntado, “ya se hizo de acuerdo a nuestros cánones, pero resultó que algunos Bárbaros también  profesan la fe del Gisier”. “¡Pues más aun a mi favor, hay que mejorar el sistema de medida para que solo figuren el parte alta de la lista Hombres Puros!”. “Y tu Walthari, cuando vuelvas, has de meterle mano a fondo a todo el sistema de aprendices. Si solo quedan aprendices de Hombres Puros, será más fácil alcanzar la excelencia”. “¿Qué quieres decir, mi Rey?”. “¡Pues eso, que si las ratas no crecen, no hace falta exterminarlas, es que pareces tonta!!!”.
En ese momento, Dániel tomó su rifle de caza con mira telescópica, y con parsimonia apuntó a un gran león que se desperezaba en la lejanía. Cuando lo tuvo centrado en su mira apretó el gatillo y el león se desplomó. A su espalda, y con la conciencia dolida por sentirse partícipe de aquello, Jisus Market (que siempre les acompañaba como notario mayor del reino para dar fe de cualquier cosa que fuera precisa) le dijo “¡No, no puedes hacer eso!”. Dániel con la mirada fría le contestó “los otros leones lo verán y nunca olvidarán quién es el Rey de este Universo. Así aprenderán a saber de quién hay que tener miedo”.

(CONTINUARÁ)